Ensimismamiento y alteración
Hay ideas en torno a las cuales los seres humanos han discutido, hablado,
peleado… estos conflictos suceden porque tales ideas son confusas y vagas. Esta
confusión y vagueza de los pensamientos hace que las palabras expresadas para hablar
de dichas ideas resulten oscuras, lo que supone un habla perjudicial, por producir una
de las mayores contradicciones: por un lado, todas estas cuestiones sobre las que se
habla son de importancia vital pero, por otro lado, el modo con el que se expresan
nociones de este estilo es confuso y tosco. La solución que Ortega propone es que las
palabras signifiquen lo que pretenden significar y, para ello, lo primero que hay que
aclarar es qué es lo social, la idea de sociedad. Pareciera que la respuesta podría
encontrarse fácilmente en los libros de sociología, pero resulta que en estos tampoco
se nos expresa de manera adecuada en qué consiste la sociedad, llegando al extremo
de que ni siquiera aparece el planteamiento en torno a «los fenómenos elementales en
que el hecho social consiste». (2016:47) Habla de los tratados sociológicos de
Augusto Comte, de Spencer y de Bergson, afirmando que en ninguno de ellos se
desarrolla extensamente ni se da respuesta a la pregunta: ¿qué es la sociedad? ¿En qué
consiste la realidad social? Para Ortega, a pesar de que muchas de estas obras hayan
manifestado entrevisiones importantísimas acerca de algunas cuestiones sociológicas,
no deja de ser una sociología inepta llena de confusiones que, como dice el filósofo,
«no está a la altura de los tiempos». Ante esto, el primer paso consiste en la búsqueda
de verdades claras.
Son pocos los pueblos en los que las personas acostumbran a guardarse en la
reflexión, ya que debido a unas circunstancias carentes de paz y tranquilidad, al
individuo no le queda más que habitar en alteración, lo que le lleva a un imparable
sonambulismo volviéndose incapaz de adentrarse en la meditación. Es más, en ningún
lugar se manifiesta la capacidad de reflexionar como un elemento fundamental del ser
humano. En este punto, el autor habla de la naturaleza de los animales, la cual consiste
en estar constantemente alterados, fuera de sí, con su atención puesta en el mundo y
los sucesos que les acontecen, pero nunca con las miras hacia su propio interior, en su
sentir o en su pensar. Son los objetos que los alteran aquellos que dominan la vida del
animal, por lo que este no vive desde sí mismo, sino desde lo otro. Sin embargo,
permanecer en esta extrema alteración al ser humano le parece muy complejo y
agotador, pues cuenta con la capacidad de abstraerse dentro de sí mismo y de sí
misma, de disfrutar del descanso en el recogimiento en su interior, de ensimismarse.
Se trata de una facultad que implica dos capacidades diferentes: por un lado, el poder
separarse del mundo exterior sin el riesgo de sufrir consecuencias peligrosas y, por el
otro lado, tener un lugar en el que resguardarse una vez se ha separado del mundo.
Esto es lo que da su peculiar característica a las ideas, -recordemos lo importante que
en esta obra resulta para Ortega el aclarar las ideas fundamentales sobre las que las
personas se pelean, hablan… y, para ello, el autor parece tratar de dilucidar lo que se
entiende por «idea» en sí- el situarse en ningún lugar del mundo, aunque de manera
simbólica se diga que están en nuestras cabezas. Si algo tienen en común todas las
ideas, es que se las suele alojar en un interior humano que no deja de ser un adentro
relativo. Es decir, este supuesto interior -el cerebro- en el que se alojan las ideas, no
deja de ser una metáfora física que pone de manifiesto la deslocalización de dichas
ideas, pues en donde están es en un mundo interior diferente del exterior.
Sin embargo, el escritor advierte a sus lectores y lectoras que no han de caer en la trampa
de creer que esta capacidad humana de alejarse del mundo y adentrarse en el
ensimismamiento es algo intrínseco al individuo, resulta que «nada que sea
sustantivo ha sido regalado al hombre. Todo tiene que hacérselo él». (2016:53) Estas
son dos habilidades que el ser humano ha alcanzado con su esfuerzo, el cual, en primer
lugar, se dirigió a la invención de un mundo cada vez más seguro. Es gracias a la técnica
que las personas podemos permitirnos ensimismarnos. Una vez nos ensimismamos,
podemos volver al mundo exterior, pero se trata de una vuelta que se hace desde el yo
mismo/a, o mí mismo/a, o sí mismo/a, desde una intimidad que permite la forja de un
mundo adaptado a las necesidades de las individualidades que lo transforman.
Seguidamente, Ortega expone lo que podría ser una posibilidad futura:
«El hombre humaniza al mundo, le inyecta, lo impregna de su propia
sustancia ideal y cabe imaginar que, un día de entre los días, allá en los fondos del
tiempo, llegue a estar ese terrible mundo exterior tan saturado de hombre, que puedan
nuestros descendientes caminar por él como mentalmente caminamos hoy por nuestra
intimidad -cabe imaginar que el mundo, sin dejar de serlo, llegue a convertirse en
algo así como un alma materializada, y como en La tempestad de Shakespeare, las
ráfagas del viento soplen empujadas por Ariel, el duende de las Ideas» (2016:54).
Esta posibilidad de futuro que el autor se atreve a exponer me parece muy sugerente, atendiendo a las nuevas tecnologías del siglo XXI que han traído consigo el empleo de conceptos tales como «realidad aumentada» y «realidad artificial», casi pareciera esta una predicción bastante exacta de lo que acontece en nuestra contemporaneidad occidental.
Seguidamente, Ortega pasa a analizar brevemente la trayectoria del ser humano
desde un estado de alteración al estado de meditación. En primer lugar, tanto el
hombre y la mujer como el animal, se hayan en ligazón a su circunstancia, ambas inician sus vidas en sometimiento a los objetos del mundo, pero el ser humano es capaz de hacer el gran esfuerzo de separarse brevemente del mismo y sostener su atención con grandes
dificultades y por un corto lapso de tiempo, en las ideas que de él y ella surgen, las cuales
siempre se refieren al «ser de las cosas». Se trata de una primera idea muy tosca, pero
que permite trazar un inicial modo de comportamiento preconcebido. Sin embargo,
esta humana primigenia aún no es capaz de sostenerse durante largo tiempo en ese estado ensimismado por dos razones: primero, las circunstancias de su entorno no se
lo permiten y, segundo, simplemente no es capaz por tratarse esta de una habilidad
recién surgida. Para el escritor, en este punto es evidente que algo como el
ensimismamiento no puede ser natural, se trata de una cualidad «ultrabiológica», pues
lo natural es la dispersión, la alteración. Sin embargo, a pesar de que este primer
recogimiento interior sea tosco y primitivo, supuso una radical separación entre la
vida animal y la vida humana. Todo esto lleva al escritor a dilucidar los tres
momentos que, repitiéndose de manera cada vez más compleja, posibilitan la
continuidad del ciclo en el que el ser humano, a partir del sí mismo que le permite el
empleo ensimismado de sus capacidades cognitivas, transforma el mundo que le rodea.
Se trata de un ciclo porque, a su vez, la persona se ve alterada por dicho mundo ya
transformado, desde el cual esta se introduce en su interioridad, cambiándola y dichas
transformaciones internas permiten establecer nuevas modificaciones en el mundo
exterior.
El primer momento postula el estado de alteración en el que se encuentran el y la
individuo/a; el segundo momento consiste en un gran esfuerzo por ensimismarse en las
ideas que se forma sobre las cosas para dominarlas; en el tercer momento el hombre y
la mujer vuelven al mundo para transformarlo siguiendo un plan elaborado a partir de
él mismo y de ella misma, en esto consiste la acción, la praxis. Resulta que «no puede
hablarse de acción sino en la medida en que va a estar regida por una previa
contemplación; y viceversa, el ensimismamiento no es sino un proyectar la acción
futura». (2016:56) Es decir, se piensa para continuar viviendo a pesar de las
circunstancias, por lo que la acción constituye el destino individual y no ya el
pensamiento, ya que si esto fuese así, el ser hombre o ser mujer significaría ser cosa
pensante, un error, pues el ser humana nunca puede tener la seguridad de que siempre
pueda ejercer su pensar, el ser humano nunca puede permanecer en la seguridad de ser
una persona:
«Lejos de haber sido regalado al hombre el pensamiento, la verdad es -una
verdad que yo ahora no puedo razonar suficientemente, sino solo enunciarla-, la
verdad es que se lo ha ido haciendo, fabricando poco a poco merced a una disciplina,
a un cultivo o cultura, a un esfuerzo milenario de muchos milenios, sin haber aún
logrado -ni mucho menos- terminar esa elaboración. No solo no fue dado el
pensamiento, desde luego, al hombre, sino que, aun a estas alturas de la historia, solo
ha logrado forjarse una débil porción y una tosca forma de lo que, en el sentido
ingenuo y normal del vocablo, solemos entender por tal. Y aun esa porción ya lograda,
a fuer de cualidad adquirida y no constitutiva, está siempre en riesgo de perderse y en
grandes dosis se ha perdido, muchas veces de hecho, en el pasado y hoy estamos a
punto de perderla otra vez. ¡Hasta ese grado, a diferencia de los demás seres del
universo, el hombre no es nunca seguramente hombre, sino que ser hombre significa,
precisamente, estar siempre a punto de no serlo, ser viviente problema, absoluta y
azarosa aventura o, como yo suelo decir, ser, por esencia, drama. Porque solo hay
drama cuando no se sabe qué va a pasar, sino que cada instante es puro peligro y
trémulo riesgo» (2016:57-58).
Estas líneas también me parecen sugerentes si las traemos a pleno siglo XXI. En primer lugar, me gustaría destacar que, a día de hoy, el ser humano es consciente de muchos de los vacíos epistémicos a los que se enfrenta en casi todas sus disciplinas: genética, psicología, matemáticas, historia, etc. Tal vez el desarrollo de esta facultad de ensimismamiento nos permita dilucidar ciertas soluciones que a día de hoy parecen casi imposibles para las mentes humanas, como puede ser una explicación que nos permita comprender fenómenos recientemente descubiertos en la física cuántica como son la interconexión cuántica, el principio de superposición cuántico o el comportamiento dual onda-partícula de una sola entidad. Atendiendo a lo que Ortega sugiere, pareciera que llegar a comprensiones de este calibre, supondría grandes cambios de carácter cualitativo en las consciencias humanas.
Por otro lado, me atrevo a sugerir que esta capacidad de ensimismamiento, de meditar, al encontrar también sus límites en el mundo exterior, -pues tienen que darse ciertas condiciones que nos lleven a nuestro interior para meditar sobre los temas que se nos presentan en una circunstancia que ha de estar en constante transformación-será incapaz de continuar desarrollándose en un mundo con las condiciones sociales del actual, es decir, en un mundo en el que la mayor parte de la población mundial vive en pobreza (atendiendo a que no son lo mismo la pobreza y la pobreza extrema), y no en una pobreza abstracta, sino en una pobreza multidimensional, noción tomada del estudio titulado Índice de Pobreza Multidimensional global 2021: desvelar las disparidades de etnia,
casta y género elaborado por el programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y por Oxford Poverty and Human Development Initiative, desde un enfoque económico y cultural, un neoliberalismo (o liberalismo contemporáneo) -diferente del liberalismo clásico de los siglos XVII y XVIII- que necesita de la miseria de unxs para el bienestar excesivo de otrxs, así como de un etnocentrismo occidental que se niegue a mirar con seriedad muchas producciones de otras culturas, son trampas que amenazan seriamente al ser humano en el sentido orteguiano, pues si lxs individuxs no hacemos -prâxis, acción- nada por paliar estas desavenencias económicas y culturales, estaremos obstruyendo el surgimiento de las condiciones necesarias para que continúe desarrollándose la capacidad meditativa de cada persona, para la cual es fundamental comprender que los problemas que enfrentan grandes grupos de personas (sean por racismo, sexismo, precariedad, etc) son los problemas que afrontamos toda la humanidad, -afirmo también que las crisis que afectan principalmente a algunos grandes grupos de seres vivos
de manera sistemática, son a su vez, problemas que perjudican a todas las formas de vida que pueblan el planeta tierra, idea que tiene sentido dentro de la teoría de Gaia desarrollada por las ciencias biológicas-.
Todo lo dicho reafirma su idea de que esta capacidad meditativa que
consideramos tan propia del ser humano, siempre está en peligro y no hay más que
mirar al pasado para ser conscientes de todas las degeneraciones, retrocesos y
decadencias que ha atravesado la historia de la humanidad hasta nuestras fechas.
Como lo único que podemos afirmar tajantemente es la inseguridad a la que se nos
expone de manera inevitable, debemos mantenernos presentes en el drama de estar
siempre en riesgo, la importancia de estar siempre en acción, transformando nuestra
circunstancia desde mi yo íntimo y, a su vez, permitiendo que este sea transformado
por la nueva circunstancia, cumpliendo así el ciclo del que ya se habló con anterioridad. Tratar de adentrarse en una ilusión de seguridad permanente trae consecuencias desastrosas.
El autor se sirve de lo recientemente expuesto para criticar la noción de homo
sapiens establecida por Linneo en el siglo XVIII, ya que según Ortega, «jamás el
hombre ha sabido lo que necesitaba saber» (2016:61), por lo que sería más oportuno
definir al ser humano como ignorante, homo insciens, insipiens, esta es la idea que
Platón expone del hombre y la mujer, siendo esta ignorancia un privilegio. No es que
la humana medite porque esta capacidad le ha sido dada como un regalo, sino
porque se ha visto en la necesidad de organizar y ejercer sus facultades psíquicas de
este modo. Es por esto que las personas nos diferenciamos de los animales por lo que
hacemos y no ya por lo que tenemos, por ello debemos examinarnos constantemente.
Fue Augusto Comte el primero en pensar que el fundamento del ser humano es la
acción y la única acción verdadera brota del pensamiento y, a su vez, el pensamiento
verdadero solo lo es cuando se dirige adecuadamente a la acción. Este se trata de un
vínculo efectivo entre la contemplación y la acción que ha sido ignorado durante gran
parte de la historia del pensamiento.
A continuación, Ortega habla del momento en el que las personas griegas
descubrieron que pensaban, situando este logos en el estrato más elevado del orbe.
Tanto es así, que atendiendo a la filosofía aristotélica, Dios solo piensa en el pensar,
lo que para Ortega supone hacer de Dios un simple intelectual, pero hay que tener en
cuenta que para estas personas de Grecia dicha actividad intelectual consistía en lo
más sublime, lo que les llevaba a considerar que el destino del ser humano era meditar,
ensimismarse, doctrina que ahora recibiría el nombre de «intelectualismo». Esta se
trataría de una cadena heredada de la Grecia clásica, de la que es urgente que
Occidente se libere, pues con los nombres de raison, de ilustración y de cultura, se
tergiversaron los términos y se divinizó la inteligencia. Ante esto, el filósofo propone
una «beatería de la cultura», con la cual pretende problematizar la idea de que el
pensamiento es algo que no hay que explicar, simplemente se le acepta como valioso
en sí mismo, sin llegar a comprender el por qué de su existencia. La vida humana
estaba vacía de sentido y solo se llenaba del mismo si se ponía al servicio de la cultura,
lo que provocó una inflación cultural sin más sentido que el mero generar por generar,
un «capitalismo de la cultura» que ha caído en crisis. Por otro lado, lo que a Ortega le
parece aún más preocupante es que esta beatería de la cultura hace del
ensimismamiento algo separado de la vida humana, como si esta última pudiese darse
sin el primero, por lo que se creaba la falsa elección entre vivir con cultura o sin ella,
a lo que muchas personas optaron por una vida alterada, por ello es que Europa está
llena de alteraciones. Esto es lo mismo que ocurrió en Roma, cuando sus habitantes se
lanzaron a la alteración, a los lujos, a los placeres, a lo que Ortega más adelante
llamará «superficie». Un estupor persistente provocado por los conflictos sociales y
las guerras, degeneró en estupidez, perdiéndose la habilidad de meditar en el fondo
insobornable de cada cual, de ensimismarse. Este destino terrible es el que asola a
Europa -recaer en la animalidad- a no ser que se haga algo para evitarlo.
«No juzgo, pues, que sea ninguna extravagancia ni ninguna insolencia si al
llegar a un país que goza aún de serenidad en su horizonte pienso que la obra más
fértil que pueda hacer para sí mismo y para los demás humanos no es contribuir a la
alteración del mundo, y menos aún alterarse él más de lo debido, a cuenta de
alteraciones ajenas, sino aprovechar su afortunada situación para hacer lo que los
otros no pueden ahora: ensimismarse un poco. Si ahora, allí donde es posible, no se
crea un tesoro de nuevos proyectos humanos -esto es, de ideas-, poco podemos
confiar en el futuro. La mitad de las tristes cosas que hoy pasan, pasan porque esos
proyectos faltaron, como anuncié que pasarían, allá en 1922, en el prólogo de mi libro
España invertebrada» (2016:67).
La vida humana sin retirada a sí misma es del todo imposible. Para el filósofo,
es evidente que esta es la razón por la cual en todas las grandes religiones hacer retiros
de meditación resulta fundamental. Muchos de los grandes descubrimientos
científicos y edificaciones filosóficas solo pudieron surgir en esta retirada del mundo
en amplísimos momentos de meditación. Seguidamente, postula que el
ensimismamiento es diferente en cada grupo social, idea bastante criticable a día de
hoy, pues no tiene mucho sentido hablar de que el ensimismamiento en hombres y
mujeres sea diferente, aunque sí concuerdo en que el ensimismamiento occidental es
diferente al ensimismamiento oriental, no hay más que ver el significado que el
concepto de meditación adquiere en los diferentes textos orientales -como son las
Upanishads, I Ching, el Tao Te Ching, etc- , en los cuales por ensimismamiento o
meditación se entiende atención plena y estática en un mismo objeto, el cual puede ser
una palabra, una imagen, el latido del corazón, un sentimiento, un pensamiento, un
sonido, el ritmo de la respiración, una parte del cuerpo… o cualquier otra cosa que se
nos ocurra.
Para el escritor, América y Europa representan el intento de una vida edificada
sobre la claridad de las ideas y no ya sobre creencias oscuras. En este punto, Ortega
propone iniciar sus investigaciones desde la claridad de las ideas, retomando la
pregunta de «qué es lo social, qué es la sociedad». (2016:69)
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