Prefacio y capítulo 1.
Nos adentramos en una historia no cronológica de los pensamientos en torno a la desconstrucción, retomando constantemente a Aristóteles, inventor de la metafísica, pero también establecedor de las condiciones para su desconstrucción.
De aquí se desprende el pesimismo típico de las sociedades posindustriales y posmodernas, por carecer de las ideas utópicas propias de los anteriores siglos. Pero la metafísica no fue la causa de estas ensoñaciones, tan solo un síntoma. ¿Debemos entonces inventarnos otra cosa? Los análisis de esta obra pretenden mostrar que cualquier novedad teórica en realidad es solo repetir lo mismo. De hecho, el positivismo presentado como «anti-metafísica» no es más que una revisión epigónica y degradada de la metafísica.
Capítulo 1. Étienne Gilson y la historia crítica de la metafísica.
Gilson nunca habría planteado la pregunta por la desconstrucción de la metafísica en estos términos, pues tal interrogante pone en duda la solidez trans-histórica de la metafísica que dicho filósofo estableció. Gilson era un historiador demasiado agudo como para ignorar las dificultades que impedían a la metafísica erigirse como una construcción estable. Anticipó la pregunta por la desconstrucción dentro de la metafísica y trató de responderla.
Solo tiene sentido hablar de desconstruir la metafísica si suponemos que esta es una construcción, y las construcciones no son verdaderas o falsas, aunque sí pueden ser bonitas o feas, útiles o inútiles, etc. Y si atendemos a la tradición, la metafísica se trata de una ciencia cuyo objeto es el ser. De las proposiciones científicas nos preguntamos solo si son verdaderas o falsas, pudiendo comprobar experimentalmente si son falsables o verificables. Pero las proposiciones de la metafísica no son falsables ni verificables porque esta no tiene la experiencia de su objeto. Este no solo no es un objeto sensible, tal vez ni siquiera sea un objeto.
A principios del siglo XX se dio un debate filosófico entre la Soborna y el Instituto católico, los primeros afirmaron intuir al ser y los segundos, incapaces de ello, afirmaron que la metafísica se trataba de una pseudo-ciencia. Para Gilson, la «intelección verdadera del principio» (P.13) es el fundamento de la metafísica en particular y de la filosofía en general, pero quienes tienen esta intuición del ser no pueden compartirla con quienes no la tienen. Es una certeza diferente de aquellas que llaman a la luz del intelecto.
Gilson pretende resolver la «paradoja» con su tesis de que el ser no es un concepto, pues el concepto pone en juicio al ser. El ser no es un sujeto ni un adjetivo, se trata de un infinitivo. Solo esta palabra tiene un sentido que no hace referencia a un significado denotado. Se trata de un juicio ejercido, no visto. Lo dicho nos permite comprender la paradoja abierta por el interrogante «¿qué es el ser?», a lo que Gilson responde que se trata de «la condición formal primera para que una cosa merezca el nombre de ser» (P.14). Pero la metafísica no se completa con el establecimiento de una condición formal de posibilidad, y sin embargo, el único sentido del ser es la función de «condición de posibilidad de toda objetivación» (P.15). Pero esta condición es inobjetivable y objetivarla sería el primer error (proton pseudos) de la metafísica que pretende ser ciencia.
Para expresar dicha dificultad, Gilson atiende a las nociones de esencia y existencia. Primero, el ser es existencia, acto o hecho de existir. Cuando se nos pregunta por el ser de una cosa, explicamos lo que dicha cosa es, pero esta se trata de una respuesta parcial en tanto que no dice qué es lo que hace que dicha cosa sea. Solo habla de su quid est pero no de su quo est. El quid est sería la esencia, pero el ser no tiene esencia en tanto que es condición de posibilidad de toda esencia. La pregunta «¿qué es el ser?» no puede responderse entonces describiendo la esencia, pues el ser es anterior a cualquier esencia. Pareciera que la historia de la metafísica se basa en tomar el quid por el quo. Pero tampoco podemos responder con la tautología de Parménides: «el ser es y es lo que es» (P.17), pues supondría apoyarse en la intuición.
Surge contra la esencia el existencialismo, pero este no habla de la existencia, sino de las modalidades del Dasein (existencia) humano, consistiendo este en una faceta de la existencia en general. La traducción que elabora Sartre de la metafísica de Heidegger, hace ver el error de su metafísica. Que a la pregunta por el ser se responda con un quiproquo, tiene como consecuencia la metonimia, hacer de una parte el todo. Esta metafísica muestra un Ente particular al que posiciona como Ente primero con pretensiones de que sustituya al Ser inefable, pero en realidad es una modalidad del mismo. Solo de este modo la metafísica puede ser ilusoriamente concreta y si existen varias metafísicas ello se debe a esta arbitrariedad.
Para Gilson, el fundamento de la esencia constituiría el primer lugar racional de nuestra filosofía. El ser mismo no puede darse en ninguna intuición. Esto le permite a Gilson sentar las bases de su desconstrucción de las metafísicas existentes que, queriendo hablar del ser, en realidad se refieren a otras cosas como: Dios, el bien, el mundo, etc. Atendiendo a la supuesta inefabilidad e inaprehensibilidad del ser universal, estamos ante «una estructura onto-proto-lógica» (P.19). Esto hace que Gilson afirme que la historia de la metafísica pareciera la de una ciencia que constantemente se equivoca de objeto. Pareciera entonces que la historia de la metafísica es la de un error no fortuito, en tanto que la tendencia del pensamiento es la de sustituir al ser por el ente. Tal tendencia parece relacionarse con que el entendimiento humano pudiera ser esencial. Se acusa aquí entonces al entendimiento y no al ser. Pareciera algo natural que la inteligencia no comprenda la vida. Pero Gilson opina que dentro de la propia inteligencia aún así podemos dar con una alternativa, pues las dos operaciones del intelecto son «la aprensión simple y el juicio» (P.21). Si la primera no puede captar el ser, el segundo tal vez sí pueda. Pensar el ser es difícil, pero no humanamente imposible.
Tanto para Gilson como para Heidegger, «la historia de la metafísica es la historia de un olvido del ser» (P.21). Para Gilson, el olvido consiste en esencializar la existencia que en realidad no tiene esencia, olvidando que el ser es anterior a la esencia. Para Heidegger, olvidar consiste en reducir al ser a una entidad, olvidando que el ser no es un ente. Pareciera que ambos pensadores comparten el deber del pensar, consistiendo este en adentrarse en el ente para superarlo y desde él impulsarse hasta el ser. Sin embargo, los dos filósofos también tienen diferencias: para Heidegger, la superación de la metafísica se prefigura en la mística, el mito o la poesía, mientras que para Gilson, el remedio a la mala metafísica se encuentra dentro de la propia metafísica. Según Heidegger, la historia de la metafísica es la historia del ser en tanto que este puede historizarse. Para Gilson, la historia del ser es solo la historia de las diferentes nociones del ser, pues el ser es eterno y por tanto no historizable. Según este, Santo Tomás culmina la historia del ser en tanto que es el primero en comprender su eternidad, que es exterior y va más allá de toda historia.
El estatuto ontológico del Ser o Dios determina el estatuto de los demás seres: solo Dios es su ser, mientras que los demás solo tienen ser, no son su ser. Por medio de la esencia, el ente recibe al ser y lo recibe de manera proporcional a la perfección de la esencia. La esencia de este modo limita y por ello Dios, en tanto que Acto puro, está más allá de la esencia, siendo esta el principio de determinación y limitación en Santo Tomás.
Para entender el alcance histórico de la metafísica, tal vez nos ayude más Heidegger que Gilson. Como no se trata de una ciencia que aspire a un conocimiento verdadero separado de las condiciones de su origen, podría tratarse de un «acontecimiento» o «decisión» vinculada a determinadas condiciones lingüísticas y culturales. Desde esta perspectiva, Aubenque afirma que es igual de aberrante atribuir el origen de la metafísica a Moisés, a Dios, a Parménides o a los presocráticos.
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