Respecto a la pregunta “¿para qué sirve la filosofía?” Me gusta la metáfora en torno a la noción de “casa” que la filósofa Hannah Arendt presenta en su texto Thinking and moral considerations: a lecture (1971). Tenemos una idea general en torno al concepto de “casa” que nos permite reconocer algunas estructuras como hogares, mientras que otras -al no coincidir con nuestros parámetros de lo que debería ser una casa- no las vemos como tal. Sin embargo, debemos haber elaborado una mínima reflexión en torno a lo que una casa es para poder afirmar que un apartamento acogedor podría serlo, pero sin embargo un contenedor lleno de basura no.
A mayor reflexión, más probabilidades habrá de que seamos capaces de habitar una casa que se adapte a nuestras necesidades, en la que nos sintamos a gusto, que incluso podamos llamar hogar. Desde la superficialidad y la falta de reflexión, podemos creer, si alguien nos lo afirma de manera rotunda y muy segura, que un simple agujero en el suelo es una casa y que esa es la única posibilidad. La falta de reflexión nos ciega ante las posibilidades infinitas. Seguramente no seamos capaces de responder de manera absoluta y cerrada la pregunta “¿qué es una casa?” pues cada persona aportará detalles únicos, y las miles de culturas que habitan en este planeta tienen necesidades muy diferentes entre sí. Lo que yo pienso cuando pienso en un hogar, no es lo mismo que aquello que tiene en mente otra persona de una cultura muy diferente.
Por lo tanto, no encontraremos una respuesta unánime para todas las personas en torno a lo que es una casa y, sin embargo, necesitamos profundizar -de manera individual y colectiva- en las posibles respuestas ante este interrogante para abrirnos la posibilidad de evitar el engaño y construir aquello que consideramos un hogar. Ahora bien, probablemente tampoco seamos capaces de dar una respuesta que permanezca estática en el tiempo, sino que esta irá variando a medida que las experiencias vividas vayan modificando nuestra identidad. El hogar sería aquello sobre lo que deberemos reflexionar en las diferentes etapas de nuestra vida y deberemos también someterlo a los cambios necesarios para construirlo a nuestra medida y no a la medida de intereses ajenos que quieran sacar algún provecho de nosotras.
Algo similar ocurre con las cuestiones clásicas de la filosofía: ¿qué es el bien? ¿qué es el mal? ¿qué es el ser humano? ¿qué son los derechos humanos? ¿cómo crear un mundo que sea habitable para sus múltiples formas de vida? Son interrogantes que no esperan de nosotras una respuesta cerrada y universal, lo que esperan es que aprendamos a navegar en sus profundidades, a investigar sus posibles respuestas siempre inacabadas pero que nos permitirán comportarnos con mayor bondad, inteligencia y responsabilidad, evitando creernos aquellas definiciones cortas, sencillas y rápidas cuyo objetivo sería el de continuar con la reproducción de unos sistemas e instituciones obsoletos, haciéndonos superficiales y fácilmente manipulables por poderes ajenos con discursos convincentes.
Más allá de este tipo de utilidad que tiene la reflexión filosófica, -en tanto que nos permite entender las condiciones de posibilidad de nuestro presente como ninguna otra disciplina, pues las aúna todas de manera holística aportando una visión panorámica, pero siempre inacabada, pues no tenemos acceso a la totalidad- nos topamos también con algo que no es propiamente una “utilidad”, no sería adecuado dar un concepto para ello, pues aquel otro aspecto que trataré de describir a continuación no puede ser encerrado en un concepto, no sabría cómo hacerlo, se trata de una perspectiva vital acorde a lo que más adelante nombro como “mentalidad de la Tierra esférica”.
Primero, querría adentrarme en la apariencia de que la filosofía se encuentra separada de la vida práctica, de la realidad de nuestro día a día, lo que se ejemplifica con la anécdota que Platón expone en el Teeteto al hablar del presocrático Tales de Mileto, quien caminando mientras miraba al cielo maravillado estudiando los astros, no vio el pozo que tenía en frente y calló dentro, una joven le vio y empezó a reírse de él, diciendo que se preocupaba mucho por las estrellas pero que no era capaz de ver lo que tenía bajo sus pies. Pareciera que hay dos mundos y que no son compatibles entre sí. Yo más bien diría que el vínculo es demasiado profundo como para verlo solo desde la superficialidad del no detenimiento.
Lo que está junto a mí, lo inmediato, lo práctico, lo necesario ahora, se encuentra cerca, lo veo y requiere de mí respuestas precisas y puntuales. Aquello que no está aquí está ahí, en un ahí lejano, tras el horizonte que ya no simboliza el fin del mundo sino el inicio de otro nuevo, otras culturas y nuevos tonos cromáticos. Pienso que esta mentalidad se debe al descubrimiento de que la Tierra no es plana, sino esférica. Es decir, al considerar la Tierra plana, el horizonte significaría final y muerte, pero con la Tierra esférica, en nuestro imaginario dicho horizonte se convertiría en la promesa de algo nuevo, de una expansión que escapa a nuestros sentidos y a nuestra capacidad de imaginar.
Desde la superficialidad se vive como si la Tierra fuese plana, no importa ese horizonte, solo es relevante aquello que se encuentra en mi campo de acción y pensamiento conocidos. Y desde luego, una vida en la que la contemplación maravillada del infinito tiene importancia -sin descartar los aspectos más pragmáticos- no es la misma que aquella en la que lo infinito no existe y que se sustenta en la mera repetición constante del pasado y el exilio del pensamiento. ¿Qué intereses de control social promovieron durante tantos siglos, con tanta violencia, que las personas vivieran en una mentalidad de Tierra plana? Pero no solo la Tierra era plana, sino también todo el universo, ¿eran sabidas las consecuencias de vivir con una arquitectura intelectual tan pobre, tan superficial, tan plana? ¿Qué tan profundas pueden ser las raíces de un árbol sin flores, sin hojas que miren hacia las estrellas y la profundidad del universo? Probablemente se derrumbaría ante la más mínima brisa de misterio.
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