Cuanto más machista es una cultura, más procura someter la vida de las personas leídas como mujeres, lo cual pasa –grosso modo– por dos procesos: en primer lugar, se busca hipersexualizar su cuerpo. Cuanto más misógina es una cultura, más partes de su corporalidad son hipersexualizadas, y entonces el pelo femenino ha de cubrirse con un velo, los pechos han de estar siempre escondidos, o absolutamente todo el cuerpo deberá taparse con un burka (a excepción de los ojos, delante de los cuales deberá haber una rejilla para que la mujer pueda ver).
Una vez hipersexualizado todo el cuerpo leído como femenino o algunas partes de este, el segundo paso del proceso sería su ocultamiento, el cual se trataría de un acto violento de domesticación de las vidas leídas como femeninas, pues si no se esconden aquellas partes hipersexualizadas ello acarrearía agresiones físicas y sexuales. Es decir, cuanto más machista es una cultura, más obligadas están las personas leídas como mujeres a ocultar partes de su cuerpo.
Están quienes a este respecto lanzan el argumento -la falacia naturalista- de que “los hombres heterosexuales” “por naturaleza” sienten atracción por absolutamente todos los pechos femeninos, o por todos los cabellos largos de las mujeres o, en última instancia y en los casos de mayor violencia y peligro, por absolutamente todos los cuerpos leídos como femeninos. Resulta entonces interesante elaborar las siguientes apreciaciones:
- En primer lugar, es muy común sentir atracción por las diferentes partes de la corporalidad de una persona que en su completud nos atraiga, y a su vez, reaccionar con indiferencia ante el pelo, los pechos o las piernas de quienes no nos generan ningún tipo de atracción.
- En segundo lugar, nuestros modos de desear también son conductas aprendidas, y la hipersexualización de los cuerpos femeninos es una imposición adquirida y hecha propia. El deseo hipersexualizado hacia absolutamente todas las corporalidades leídas como femeninas o hacia determinadas partes de estas, sin criterio de distinción alguno, no deja de ser un modo aprendido de desear que se refuerza con la actual pornografía cisgénero, patriarcal y que sigue roles de género heterosexuales. Coincidentemente, se trata de una pornografía hecha en su gran mayoría por y para aquel público considerado y socializado como “hombres cis-heteros”, de los cuales, quienes siguen este mandato de género y se acostumbran a ver cuerpos femeninos desnudos solo en contextos eróticos, construyen en su psique la comprensión de los cuerpos femeninos como cuerpos hipersexualizados y por ende, objetos dispuestos para ser usados. No es que todos los cabellos largos o todos los pechos desnudos sean eróticos per se para toda mirada masculina “heterosexual” “por naturaleza”, sino que tras dicha mirada existe una previa construcción misógina y pornográfica de dichas partes como únicamente objetos para el deseo masculino. Se da la objetificación de los cuerpos considerados femeninos o de determinadas partes de los mismos, para convertirlos en bienes de consumo que pueden ser usados por un público muy determinado.
- En tercer lugar, para que dicha pornografía tenga este tipo de efectos psíquicos, ha de darse previamente un marco cultural machista, pues quienes solo ven cuerpos desnudos en la pornografía o en contextos sexuales, no reaccionarán ante ellos del mismo modo que quienes han crecido viéndolos en situaciones nada eróticas ni sexuales (ejemplo de ello son las poblaciones indígenas cuyas condiciones climáticas les permiten pasar la mayor parte del tiempo desnudxs o semidesnudxs, lo que imposibilita esa hipersexualización de los cuerpos en general y de los leídos como femeninos en particular).
Es decir, para que la pornografía tenga el poder de construir la manera “hegemónicamente masculina” de desear (y digo masculina porque está en su mayoría creado por y para “hombres heterosexuales”), primero ha de darse en un contexto en el que los cuerpos femeninos ya se encuentren sometidos y ocultados en su hipersexualización. Obviamente, dichas violencias son ejercidas por y hacia todas las personas que habitan este tipo de sociedades, pero los roles de género marcan una pauta estructurada en quienes más practican y reciben dichas opresiones. A su vez, evidentemente, este se trata de un mandato de género que no todo el mundo cumple, pues no es algo dado por naturaleza, sino por los intereses de dominación de unos cuerpos sobre otros. La toma de conciencia de dichos condicionamientos y la voluntad de cambiarlos, son mucho más determinantes que las hormonas y que el género asignado en el nacimiento.
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