Capítulo 2. Metafísica y onto-teología
Resulta entendible que este tipo de análisis crítico se prolongue en el proyecto de la superación de la metafísica conocida o en la tarea de desconstrucción, la cual más que destruir la metafísica, pretende desocultar su estructura para dar con el error que alberga en su interior. A dicha estructura Heidegger la llama «constitución onto-teológica de la metafísica» (P.28), a lo que Aubenque se pregunta si esta es la única estructura posible para la metafísica. Y si suponemos que ha de desmontarse tal estructura, también nos topamos con el problema del objetivo de dicha desconstrucción: ¿otra metafísica o algo diferente?
Aubenque se propone aquí analizar las grandes metafísicas para determinar si la onto-teología es la única estructura que cabe para la metafísica, y en el caso de que no, ver si podría haberse evitado el sometimiento de la metafísica a tal esquema. Inicia con la metafísica platónica, cuando Platón en el Sofista sospecha que la genealogía de los entes partiendo de su primer Ente como el agua, el aire o las ideas, tal vez haya escondido el problema del «sentido» del ser del ente. Para Platón, no hay que armar este tipo de genealogías, solo saber lo que se dice cuando se pronuncia la palabra «ser». La manifestación del ser es peculiar, diferente a la de cualquier ente.
Continúa hablando de Aristóteles, no como iniciador de la pregunta por el ser, sino como fundador de la metafísica en tanto que disciplina autónoma: «hay una ciencia (episteme) que considera al ser en cuanto ser (on he on)» (P.29). Se trata de algo lógico en tanto que tautológico. Pero Aristóteles, consciente de que no quiere plantear un predicado «ente» solo lógico y vacío de significado, plantea la pregunta de qué es el ser en cuanto ser. Aquí dilucidamos que el ser provoca que el ente sea ente y a este respecto, Aristóteles pretende hacer ciencia (episteme). En este punto nos topamos con el primer error, pues toda ciencia necesita de un objeto cuya esencia pueda desentrañar. Pero antes de hablar de lo que el ser es, necesitamos conocer el significado de «es». Hay un requisito epistemológico normal del que Aristóteles pretende escapar afirmando solo que la metafísica es una ciencia diferente a las demás. Mientras que las ciencias normales consideran aspectos concretos, parciales y determinados del ser, la ciencia del ser en cuanto ser o metafísica pretende abarcar la totalidad del ser. ¿Pero entonces la ciencia del ser es diferente de las demás por ser más general? Nos topamos ante una generalidad indeterminada y completa que asquea a la cientificidad. El ser es un trascendental y no un género y las ciencias típicas solo versan sobre géneros. ¿Podemos entonces hacer ciencia de un trascendental? «¿Puede objetivarse la inobjetivable condición de toda objetivación?» (P.32). Esta es la pregunta por excelencia que carga la metafísica aristotélica.
Para Aristóteles, la polisemia del ser es la afirmación central de la metafísica. Pero tras afirmar esto, pretende reducir el alcance de dicha idea afirmando que sus múltiples sentidos se focalizan en el primer y fundamental sentido: el ser como sustancia, ousía o esencia. Aristóteles justifica esta primacía de dos modos: el mejor conocimiento de una cosa lo tenemos cuando sabemos lo que ella es y hay que reconocer la primacía cronológica de la ousia en tanto que sujeto. Por lo tanto, la primacía de la ousia se justifica en la doble función que tiene como esencia y como fundamento. Pero esta doble función ha llevado a que se asemeje muy rápidamente la esencia con el fundamento, por lo que las metafísicas posaristotélicas avanzaron interpretando el fundamento como fundación. La historia de este desliz equivale a la historia de la metafísica. La sustitución ontológica o semántica del ser por la esencia en tanto que fundamento, es realizada en el plano «de la jerarquía óntica de las esencias y de las ciencias que teorizan sobre ellas» (P.36).
La teología era considerada una ciencia, una metaphysica specialis que se convirtió en el sostén de la metaphysica generalis. Lxs comentaristas fueron más lejos y asimilaron el ser divino al ser en cuanto ser. De este modo, la teología y la ontología culminaron uniéndose en una onto-teología. La doctrina de la analogía fue muy importante en la onto-teologización de la metafísica. Para Aristóteles, no hay analogía del Ser, aunque sí de los sentidos del ser. La responsabilidad de tal confusión la tienen los autores medievales, pues usaron la analogía proportionis y no la aristotélica analogía proportionalitatis. Pero esto no fue fortuito, pues las analogías siempre pretenden unificar lo distante. La analogía de proporción o relación, implica que «cada ente recibe el ser dentro del límite de su esencia, pero también por mediación de esta» (P.39). La esencia determina cómo el ente recibe al ser, de modo que la metafísica aristotélica de los sentidos del ser es sustituida por la metafísica medieval de los grados del ser.
El paso para esencializar la existencia lo dio Leibniz, pero para Santo Tomás la esencia no determina el ser de Dios y lo finito y lo infinito no pueden relacionarse. Sin relación no hay proporcionalidad y sin conmensurabilidad no hay relación. Por lo que si Dios da el ser a los entes presionado por el control de las esencias y no por su libertad o gracia, pierde su trascendencia y su libertad, «el acto de ser pierde su infinitud al compartirla» (P.42). Pero si el dar degrada a Dios, entonces no es absoluto, tratándose esto de un argumento poderoso contra la onto-teología. La analogía ha sido importante para el olvido del ser y de la diferencia ontológica que lo erige o constituye.
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