Capítulo 4. Heidegger y la superación de la metafísica.
Entender la metafísica como un proyecto para dilucidar el sentido del ser del ente, desde sus inicios la marca con un tipo de «tara congénita» (P.55) que, guiada por la naturalidad del pensar, se equivoca en el sentido de la pregunta y sustituye el descubrimiento del sentido del ser por la manifestación del Ente primordial. No es que la respuesta esté mal, sucede que la pregunta no es ontológica, sino óntica. Se pregunta por cuál es el ente más ente, pero no se cuestiona al mismo ser del Ente supremo, por lo que deberíamos replantear la pregunta original respecto al ser del Ente supremo. Aunque las líneas básicas de este tipo de críticas internas ya están en los neoplatónicos, y aunque E. Gilson ya localizó y nombró en la historia de la metafísica la tendencia a la esencialización que imposibilita a la metafísica ver la trascendencia del acto de ser, es Heidegger quien radicalmente desarrolló la temática del olvido del ser.
Como Heidegger ha sido criticado, al igual que los neoplatónicos, por insuficiencia de rigor lógico, no pudiendo entonces verificar sus proposiciones, Aubenque considera importante entonces establecer una defensa a favor de Heidegger. Si nos adentramos en el ámbito de la historia de la filosofía, los enunciados de Heidegger pueden, sin problema, ser verificables o falsables, pues en gran medida su filosofía consiste en la interpretación de textos filosóficos. Es decir, hace una meta-filosofía en tanto que su hermenéutica trata sobre los discursos que anteriormente se han dado en torno al ser, pero no escribe directamente sobre el ser. Su hermenéutica además no tiene fin, pues ninguna intuición resolverá el conflicto afirmando unas interpretaciones y negando otras. Pero esta no era su metodología ni su pretensión inicial, aparece tarde la noción de «superación».
Primero con Nietzsche entiende a la superación como desprenderse del error que hay en una doctrina por tener cierta experiencia de lo auténtico. «Superar el olvido del ser implica que uno mismo tenga cierta idea del ser» (P.56). Hay que conocer el destino para poder superar algo. Luego, atendiendo al concepto de Carnap, Heidegger escribe Superación de la metafísica, donde trata de corregir los malentendidos que dicha noción hubiese podido suscitar, como que superar algo implicaría hacerlo desaparecer. Por ello prefiere hablar del verbo «superar» en vez del sustantivo «superación», pero en el sentido de superar algo que nos duele soportándolo. Por lo tanto, superar la metafísica no implica desecharla como inválida, sino soportar el olvido del ser que esta trae consigo, en tanto que este muestra la verdad secreta de la metafísica y mediante esta, del ser. «Se trata de entender que la ocultación del ser está intrínsecamente unida a su verdad» (P.57).
Su concepto de «destrucción» parece más crítico, pues con este le da a su investigación el trabajo de «la destrucción de la ontología», o al menos de la ontología predominante. Destruir aquellas representaciones que se han vaciado, recuperando así la vivencia original del ser, que es la de la metafísica. Transmitir la verdad metafísica supone desplegar la acumulación de ocultaciones que a sí misma se desconoce, la original esencia del ser. Por ello, Heidegger habla de destruir la ocultación.
Su noción de «destrucción» proviene de la fenomenología, en tanto que pretende «desmontar las construcciones artificiales acumuladas por la tradición, que han oscurecido o inclusive ocultado la visión original de las “cosas mismas”» (P.58). En su ensayo Sein und Zeit Heidegger defiende que antes de reformular la pregunta original por el sentido del ser, hay que destruir la ontología. Se abre aquí una ambigüedad que el filósofo resolverá más adelante. Muchos contemporáneos comprendieron que Heidegger pretendía reactivar la pregunta por el ser del mismo modo radical de los griegos, sin el idealismo y subjetivismo de la modernidad, por ello lo primero a destruir es el pensamiento moderno.
Critica a Descartes asimilar al ser del mundo con el ser del pensamiento, reduciendo al primero a una mera sustancia, la res cogitans. Confunde al Dasein -desvelamiento del ser mismo- con el aparecer de dicho ser. De este modo continúa sin interrogar al ser del Ente y, por lo tanto, continúa ocultándolo. Heidegger denuncia esta omisión cartesiana y desconstruye la ocultación, pero al contrario de lo que podría pensarse, aún no es posible retornar fácilmente a los griegos. Sucede que entre los antiguos y los modernos no hay una ruptura radical, sino una continuidad subterránea. Aunque desarraigada, la ontología griega continúa con vida. Un ejemplo de esta continuidad es que cuando Descartes habla del subjectum en realidad se refiere al hypokeimenon aristotélico. Es decir, sustancia aristotélica y sustancia cartesiana son lo mismo, «lo que para existir no necesita sino de sí mismo, lo que está “separado” (khoriston), lo autosuficiente» (P.60). Entonces, si los modernos son tan parecidos a los griegos, Aubenque propone que tal vez habría que desconstruir toda la tradición metafísica.
Pero la tradición comunica y con esta comunicación trivializa su mensaje al hacerlo público, pues de este modo pierde su original carácter problemático. Pero si toda tradición causa el olvido de lo que en el origen se manifestó, deberemos remontar al origen. ¿Cómo remontar a algo cuya autenticidad desaparece al momento de intentar transmitirla? Heidegger no da una respuesta para esta pregunta y con el tiempo irá renunciando a la pretensión de recuperar el origen, pues no se puede recuperar el Acontecimiento que ya está surgiendo siempre.
Heidegger quiso entonces acercarse a la fenomenología de Husserl, pero le decepcionó su alejamiento de toda tradición filosófica y tampoco pudo dejar de leer a Aristóteles, lo que le hizo ver que los verdaderos fenomenólogos eran los griegos. El phainomenon es lo que se manifiesta, mientras que el discurso es la acción de mostrar, manifestar aquello de lo que se habla en el discurso. Es el discurso apofánico el que dice algo de algo, por lo que hay una diferencia entre «aquello» de lo que hablo y «lo que digo acerca de eso de lo que hablo» (P.62). Por lo tanto, para Heidegger un «decir-de» es mostrar de manera oblicua a través de una estructura a la que Heidegger llama «la estructura del en-cuanto/del cómo» (P.62), lo cual supone una escisión entre lo que es y cómo el ser se muestra, escisión que posibilita «la no-manifestación, la no verdad» (P.63).
Un logos falso es aquel discurso que asocia al sujeto un predicado que no le conviene. Pero como ya hemos visto, todo mostrar está mediatizado por la «estructura del ente-cuanto / como», que vela la simplicidad del ser y por lo tanto el mostrar es siempre simulador. El ser del ente sería el en-cuanto, esto es, «la imposibilidad que tiene el ser de ser dicho de una manera que no sea el modo oblicuo del decir-acerca-de» (P.64). Las presentes constataciones tienen consecuencias hermenéuticas:
En primer lugar, la ontología adquiere cada vez un mayor sentido despectivo para Heidegger, pues se trataría de la manifestación simuladora que elabora el logos por medio de «la estructura subjetivo-sustractiva del ser-dicho» (P.64). Pero lo dicho es propio tanto de la ontología de los modernos como de la de los griegos. Por lo que hay que destruir todo discurso del ser, la ontología en general. En segundo lugar, atendemos a la revisión que hace Heidegger de su comprensión de la historia de la filosofía y del vínculo con los griegos. Los griegos no parten de una completa ingenuidad libre de prejuicios, sino que al tener logos tienen ya unos fundamentos que deberán desconstruirse, pues todo logos revela-disimula. Sucede entonces que el olvido del ser no es un error de la historia cuyos culpables serían los escolásticos y los modernos, el filósofo descubre la co-originalidad del desvelamiento y del velamiento, pues manifestar al ser le arrebataría su retraimiento o reserva. Por lo tanto, no hay un comienzo para el olvido del ser, en tanto que este «siempre ha comenzado ya» (P.65). Más adelante, Heidegger afirma que Parménides, con su identidad del pensar y el ser que da origen al idealismo moderno, inicia el olvido del ser. Por lo tanto, el ser solo tiene una época en el sentido griego de desasimiento.
Sin embargo, Heidegger afirma que entre los griegos vivía una comprensión pre-ontológica del ser, llegando a afirmarse contrarios al encubrimiento de su ontología (esto al menos lo vio en Aristóteles). ¿Pero cómo y dónde hacerse con tal entendimiento preontológico? Para Heidegger esto es lógicamente imposible, aunque se plantea la cuestión de cómo emplear el lenguaje para remontarse más acá del mismo lenguaje. Esta dificultad fue formalizada por Wittgenstein al afirmar que no puede expresarse «por» el lenguaje lo que se expresa «en» el lenguaje.
Entonces, contra Nietzsche, Heidegger afirma que si el propio lenguaje es metafísico, entonces el mero intento de superar la metafísica se pierde en el propio tejido de la metafísica. Para Heidegger, la respuesta está en soportar la metafísica sin pretender hacerla desaparecer y en tanto seres con logos, nuestro único destino es la metafísica, no hay otra alternativa. Para escapar de sus redes parece que hay una opción negativa y provisional: desconstruirla desde los cimientos. Pero sucede a su vez que la autosuperación de la metafísica es metafísica, pues esta nos invita a saltar, ampliar límites, incluso los suyos propios, hacer visible lo que en algún momento en ella fue impensado, nos incita «a forzarla a reactivar las posibilidades que su desarrollo histórico había cerrado prematuramente, a volver a hallar en ella lo que habla en contra de ella» (P.67).
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